jueves, 29 de noviembre de 2012

Escondidillas

¡Ahí estás! Te encuentro luego de días de buscarte en el desierto, con tus labios partidos y tus pies sangrando ¿Cuántas espinas te pincharon? ¿Cuántas fiebres te atraparon a mitad del sol? ¿Cuántos coyotes royeron tus blanquecinos huesos? ¿Cuántas ratas chillaron poesías a tu oído reventado por el frío viento nocturno, invernal?

¡Ahí estuviste siempre! A mitad del camino, entre la gobernadora de verde cansado y la biznaga de rojo ardiente en las púas. Te encuentro luego de diluvios y resolanas, entre llanos y playas. Caminando en círculos por la inhóspita soledad del abandono, preguntando a los nopales y a los saguaros por ti. ¿Te encontraste con la víbora y el águila? ¿O te encontraron acaso? ¿Hallaste lo que venias a buscar? ¿La liebre te dejó en paz? ¿La vaca te permitió marchar? ¿Dónde dejaste tus ojos? No se los hayas regalado al jerbo mentiroso que salta por la montaña.

No entiendo tu deseo de perderte al pie del mezquite, a la sombra de la espina sangrante. En las dunas blancas petrificadas por el sol y la lluvia desértica, entre gritos de demonios y llantos de estrellas. No entiendo tu gusto de irte y desaparecer entre violentas quejas de fuego y luna, de esconderte en el lamento de la madre luna.

¿Dónde pasaste la noche de todos tus días en el exilio? ¿En qué rama posaste tus plumas? ¿Tuviste que compartir con el conejo su madriguera o con la tortuga ocupaste la piedra? ¿Qué te dijo la iguana y la lagartija? ¿Encontraron ya sus anillos los lagartos? ¿Ya viste al colibrí que llora? ¿Encontró tu camino al cactus de Dios?

Volaste o violaste las sombras que te cubrían, no las escuché bien entre el barullo de los peyotes y los cuervos. Hueles igual que el día que te perdiste entre matorrales secos de pasto, en las marañas del patio trasero. No te bañes todavía, déjame te recuerdo...

Días de dunas blancas, tostadas al sol, la montaña se sacude el calor, me aplasta una roca y se va el sol.