domingo, 26 de junio de 2011

Nada más importa

Recuérdalo, Mujer:

Nada más me importa:
Aún puedo vivir sin ti.

No quiero llegar al día
en que, a tu partida,
muera cual copo de nieve
al despertar la primavera.

Nada más me importa hoy:
Aún puedo vivir sin ti,
en tu ausencia
y en tu presencia.

Hoy, te amo y vivo lejos.
La distancia ya no me mata.

Hoy, aunque añoro tu ser,
vivo todavía, sintiéndote
dentro, muy dentro de mí;
aún sueño contigo, sin llorar.

Aunque no me ames para siempre,
de vez en vez puedo abrazarte
y ya nada más me importa.

Yo lo bajé.

Hoy tomé a escondidas el cuerpo maltrecho y lo metí en un saco. Compré una pala adecuada para la tarea y me fui hacia la montaña a enterrarlo.

Caminé hasta el arroyo seco y encontré el lugar ideal al pie de un cazahuate. Excavé lo suficiente para que el cuerpo, ya rígido y con los miembros extendidos, fuera recibido por la tierra. Lo cubrí por completo. Elevé una oración por su descanso y continué mi camino.

Por fin, Jesús descendió de su cruz.

A-Dios

En la ausencia de Dios muerto
me siento en comunión plena:
No necesito el icono mudo y duro
que desde la agónica madera
me mira con ojos de cera.

La atmósfera se llena de agua,
vapor, miel y sangre;
mugre que resbala por los cuerpos
y cae a la tierra oculta
para los ojos de cera.

No hablaré del cansancio ajeno,
el mío propio me basta y sobra
¿Alguien quiere un poco?

El deseo, sin cumplir
La promesa, en el olvido
y el dolor se traga al cariño.

A la sombra se arreglan corazones rotos
(No entiendo mis letras.)

El letrero de letras naranjas,
brillantes ascuas de neón inerte
de gas noble que enciende.
El mismo letrero que anuncia siempre
el regreso del reino de la muerte
de ese mismo dios caduco
que me sigue observando en su agonía,
con sus ojos muertos de figura de cera
y la sangre cubriendo sus pies.

Jalo el cable y el letrero se apaga:
Jesús nunca resucitó.