Hoy tomé a escondidas el cuerpo maltrecho y lo metí en un saco. Compré una pala adecuada para la tarea y me fui hacia la montaña a enterrarlo.
Caminé hasta el arroyo seco y encontré el lugar ideal al pie de un cazahuate. Excavé lo suficiente para que el cuerpo, ya rígido y con los miembros extendidos, fuera recibido por la tierra. Lo cubrí por completo. Elevé una oración por su descanso y continué mi camino.
Por fin, Jesús descendió de su cruz.
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