jueves, 31 de julio de 2014

Pródiga música corpórea

¡Prodigio mi amor!
Soy milagro viviente
Música andante
Pasión hirviente

Desperté con el torso
de madera en guitarra vuelto
los dedos estirados
cuales tensas cuerdas
tocando el laudamus,
como piezas de piano
sonaban mis suspiros.

Hoy por la mañana
mis pulmones se hicieron gaitas,
con hinchados sonidos
de tambores en mi corazón.
Notas de viola, chelo y violín
me movían y bailaba.
Mis rodillas eran las baquetas del tambor.

¡Prodigio, mi amor, prodigio!

Desperté siendo orquesta,
Director y teatro abarrotado.
Fiesta, algarabía y silencio...

Pautas entre notas,
notas entre pausas,
besos en nuestras bocas
corcheas enamoradas.

jueves, 10 de julio de 2014

Los cuervos lloran

Cuando los cuervos lloran
todo se pasma en silencio.
Se dan cuenta entonces
que no es pájaro cruento.

Resbalan lustrosas gotas
por el negro pico fuerte,
todos se conmueven
todos quedan silentes.
Ahora sí no temen
pero se acercan a medias
y corriendo huyen
aunque el ave no se mueva
ni haga el daño que intuyen.

Ya ni siquiera se esfuerza
en mostrarse maldito,
este pájaro de ébano
que se ahoga en sus gritos.
Levando la cabeza gacha,
abriendo entonces el pico
grazna, grazna el renegrido
antes de volar otra vez
y perderse en el cielo infinito.

miércoles, 9 de julio de 2014

Como Miedo nací

¡Guerra! Dijeron ellos.
¡Guerra! Respondí.
Guerra fue y perdí...

Con manos fantasmales, tomaban de mi boca
palabras apenas pronunciadas y quebradas todas.
Me cosieron con cien hilos de alambre
los labios doloridos, cortaron primero mi lengua floja.
Mi nombre pronunciado en mil pedazos destazado,
vi que al viento arrojaban una parte,
quemaron con hielo la otra.

Hincadas las rodillas en el suelo inquebrantable,
se burlaban dando por ganado el baluarte.
Burlas huecas resonaron en mis tímpanos
y sus ecos muy dentro algo despertaron.
Respondió a su risa desdentada y hueca
primero un murmullo de hojas secas,
nunca hace ruido la tormenta que se acerca,
luego brotando como hirviente lava
no eran ecos ni hojas lo que sonaba;
levantada una rodilla del suelo,
ahora era yo quien cínico se burlaba.

Mis manos llevaban aún los grilletes
pero las cadenas reposaban en el suelo,
mi piel era pálida, mi cara la de un muerto
se veía podredumbre en todo el cuerpo.
La fantasmagoría volando alrededor
intentaron detenerme con amenaza atroz;
en sus ojos vacíos posé mis pupilas yertas,
arando un surco profundo en su hedor
y la semilla fue naciendo en su interior.

Miedo... Miedo... Miedo...
¡Nunca robaron mi nombre!
¡Nunca en verdad lo escucharon!

Un reclamo de sangre y muerte estalla,
elevo mis manos negras por mi sangre;
lucen de inmediato armas, sortilegios, maldiciones.
Nada detiene a mi sombra creciente.
Urgente necesidad de hundir las manos como garras
en sus asquerosos cuerpos y abultados vientres,
de rasgar en vivo sus almas mientras puedan verme.

¡YO SOY MIEDO!
Grito altivo con voz en cuello, ojos endiablados
y el espíritu ardiendo en fuego etéreo.
Se expande Mi Oscuridad que tiene sed y hambre
de venganza, sufrimiento, muerte, sangre...

Garras que perforan y profundamente cortan.
Picos como afilados cuchillos que destajan las carnes.
Navajas afiladas que no brillan en la oscuridad.
Tinieblas que envuelven todo en negra confusión.
La sangre inunda el espacio ennegrecido con su olor,
apesta todo, sangre que se eleva como espuma
y no se mueve ningún cuerpo ni gime alma alguna.
En grueso manto de terciopelo bermejo
envuelto salgo con la frente gacha y celebrando
mi victoria como rey vestido, aún buscando
la corona que antes le fuera robada.
Relucen demoniacos los ojos y la sonrisa.

Nunca brilló igual el terciopelo de la sangre.
Sigue sedienta la sombra maldita en mi ser tatuada.
En la profunda oscuridad la sangre nunca brilló tanto...
A una tumba fresca me acerco a morir en paz,
una muerte aterrante, serena inmovilidad
que trepa reptante por toda mi humanidad
hasta envolverme en su capullo de ortigas y espinas.
Cobijado por la sombra húmeda de la tumba,
mi negro fantasma se duerme
y descarga en mí su suerte
que será mi muerte...

De mí, todos tienen...

Miedo liberado en la oscuridad,
que se funde con mi espíritu
y bajo mi piel se arrastra.
Miedo liberado con vehemencia.

Gritos que perforan los tímpanos,
en mis entrañas hierven y explotan
en mi voz gutural que atemoriza
a vivos y muertos hasta el hartazgo.

Grande, grande, grande miedo
embutido entre las ánimas
por la negra, negra, negra alma
que con cuchillos todo desgarra.

Ya liberté al oprimido clamor,
ya vibró y anidó profundo en mi corazón;
con tristeza musito:
Soy Miedo. Y escondo los ojos.

Tupidos árboles nevados
lejos de mí combados,
las pisadas dejan el sendero,
como si por aquí no hubiera andado.

Piedras yertas de espanto me punzan
otras aves vuelan con mis pasos.
El viento gime y me hiela
se queda quieto, a mi soledad aprieta.

Sigo buscando el camino de vuelta,
dijeron que de nuevo se me espera.
No sé a dónde volar: Lo mismo aquí que allá
el miedo en todos lados está.

Me sigue cual sombra fiel a donde vaya,
todos están cerca hasta que llega.
Lo mismo es aquí que allá:
Todos me sonríen pero lejos están.

El frío en ambos lugares muerde feroz
la carne trémula de mi corazón.
En este yermo gélido prefiero morir:
Hacerlo aquí es más silencioso.

En esta blanca soledad envuelto,
el misterio de la muerte espero.
No hay más allá a donde vuelvo.
Estoy mejor aquí, frío y muerto.

Me sacudo la nieve de las plumas,
extiendo las alas y vuelo.
El mismo miedo siembro en tierra que en cielo.
Al menos arriba, todos me ven y se quedan tiesos.

Volar sin rumbo ni isla donde descansar,
volar para no volver, volar por volar.
Todo lo que he sido, todo lo que fui
resultó no ser más que miedo.

Abato mis alas para perderme en las alturas,
porque en este nublado cielo,
hasta las nubes me tienen miedo...

lunes, 7 de julio de 2014

¿Cómo saber ahora si lloverá?

Pronosticaron fuertes lluvias,
por aquí el cielo luce claro y sin nubes,
por allá no se ve que vaya a llover
pero en tus ojos no sé si llueva.

Hay nubarrones que recorren
lentos el techo de tu mirada viva,
el viento los empuja con dificultad
pero también brilla el sol.

En la foto está tu sonrisa clara
y tus ojos grandes y marrones
pero me faltas para saber si lloverá
o si podré ponerme a lavar.

A lo lejos, en tus ojos se mueven las nubes
pesadas, empujadas por el vendaval.
A lo cerca, en mis ojos no se refleja tu ser
ni se recrea tu imagen frente a ellos.

viernes, 4 de julio de 2014

Miradas vacías

Llegué de noche a ese parque con juegos infantiles oxidados al fondo. Observé con atención al origen de los chirridos que llenaban aquella madrugada, los columpios se mecían y el subibaja también. Me acerqué despacio y pude notar risas infantiles, primero muy quedo y luego aumentaron conforme me acercaba a los juegos.

Resaltaba la derruida iglesia con la luna asomándose entre sus ventanas, toda rodeada de árboles caducos, troncos erectos como esqueletos en el jardín. Entre la oscuridad y el débil brillo lunar distinguí las menudas figuras de niños no mayores de 10 años, primero vi a dos, luego tres y cuatro. Mi corazón se detuvo un instante para notar cómo una fría punzada crecía en su interior.

No percibí el frío característico en el ambiente que acompaña a los espantos y aparecidos. Tampoco flotaba pestilencia alguna de azufre. Todo seguía siendo normal exceptuando el hecho de unos infantes jugando ruidosamente en plena madrugada en un pueblo arrasado años atrás por la guerra y sus funestas consecuencias: Los juegos aún se mostraban negros y oxidados a consecuencia de la explosión atómica que arrasó con toda forma de vida. A través de mi ropa sentía mi piel erizándose al notar que esos niños, que no prestaban atención a mi presencia, reían y jugaban produciendo un ruido muy extraño y sordo. Sus pasos en el suelo con hojas secas sonaban como si corrieran sobre tierra floja; las nubes flotaban pesadas y dispersas en el cielo, cubriendo la luna; centré mi vista de nuevo en ellos, no podía distinguir sus rostros y eso me angustiaba.

Respirando profundo intenté relajarme. Después de todo, siendo forastero en aquellos lugares no podía juzgar las costumbres de los locales; cerré los ojos y me concentré en lo que les diría a esos niños, escogí las palabras cuidadosamente para no sonar agresivo ni sospechoso. Al caminar y acercarme saludé con voz audible... Me pasmó notar que mi voz no se propagaba más allá de un par de metros, como si estuviera encerrado por paredes invisibles de cristal, seguí avanzando mientras les preguntaba si me podían indicar dónde había un hostal para pernoctar. Ninguno pareció escucharme, sus risas me parecieron todavía más lejanas, como si provinieran de algún lugar a espaldas de los juegos infantiles, entre los muros de los edificios que aún seguían en pie. Comencé a sentir esa aprensión que nos grita desaforadamente que tomamos la decisión más estúpida de entre todas las posibles elecciones y me detuve en seco a escasa distancia de una pequeña que pasó corriendo tan cerca de mí que podría haberla tomado sin problema de la cintura y levantarla en vilo para exigirle una respuesta. Ni siquiera sentí su peso retumbando en la tierra...

El cielo se rasgaba en partes dejando brillar el tenue halo lunar, cesaron los gritos y las risas, los juegos dejaron de mecerse al punto, como detenidos por manos invisibles en el movimiento de descenso o de ascenso, desaparecieron las siluetas que jugaban pero las nubes seguían avanzando en el cielo cada vez más dispersas y delgadas. El aire abajo parecía estancado y el tiempo dudaba entre avanzar o echar raíces y florecer en una eternidad; por mi frente se deslizaba una gota de sudor que se detuvo a medio camino, era como tener una gota de lluvia que nunca se evapora adherida a la piel. El cielo se despejó por completo y se iluminó levemente el solar donde me encontraba; me acerqué a los juegos y pude ver aún las huellas de los niños que jugaban ahí al momento de explotar la bomba muy por encima de sus cabezas.

Aquello debió ser horrible: En un parpadeo brillaba un segundo sol en el cielo, con mayor intensidad que el astro rey y con más calor, un calor flamígero que incendia el aire alrededor, dentro de los pulmones mismos. Al instante siguiente todo es exageradamente luminoso, casi podría decirse que en ese momento no existen sombras, nada más luz que incendia todo lo que toca. El viento que sigue después arrastra las cenizas moldeadas con perfección al cuerpo vivo que se carbonizó en milisegundos pero no consigue borrar las huellas... Entonces sí, se rompe el silencio y llega el caos, el ruido exagerado como cien mil máquinas rugiendo, como la voz de Dios que debió escuchar Juan cuando le mostraron el Apocalipsis, desgarra la cordura y los tímpanos ¡PERO SIGUE ESCUCHÁNDOSE ESE RUGIDO FEROZ LLENO DE ODIO! Al pasar el viento y el ruido, vuelve la calma y entonces queda sólo el fuego purificando la destrucción y muertes injustificadas, innecesarias... Pero así es la guerra.

Aún hechizado e inmóvil por la visión que me llenó de tan profundo terror, volví a notar que las siluetas estaban ahí frente mío, esta vez observando con cruda fijeza. Cuando logré dominar mis sentidos y mi ser, pude ver los rostros de las apariciones y a la pálida luz mortecina de una luna creciente noté que no tenían piel alguna en el rostro, eran músculos negros, quemados y en lugar de ojos solo pude ver puñaditos de cenizas en las cuencas que, no obstante, miraban con una tristeza incontenible. Me veían fijos los agujeros de su calavera en mi rostro, sonidos viejos como canciones de antaño comenzaron a flotar alrededor y su eco era estremecedor; la voz que cantaba de pronto sonaba como a través de un tubo de metal, distorsionada, y el sonido que se reflejaba en las ruinas parecía sonar al revés en pequeños intervalos que fueron incrementando su duración hasta que la canción parecía ir y venir en el tiempo, adelante y atrás con una claridad que enloquecía los oídos y sesos.

Los ecos se fueron callando uno a uno y la canción cesó con un viento silbante que la silenció por completo, nada más se atrevió a romper el silencio impuesto por el gemido del aire. Sentí que el suelo bajo mis pies se volvía una pasta pegajosa y densa que me iba absorbiendo, parecía que caía sin caer en realidad; el cielo seguía claro, la luna palidecía y los edificios seguían deteriorándose mientras esas apariciones murmuraban algo incomprensible a través de sus bocas de carne hecha jirones, sin lengua. Las cuencas de sus ojos se iluminaron desde el fondo con una luz opaca, sin calor, blanca como la última luz que vieron resplandecer en el cielo, los murmullos subieron de volumen pero seguían siendo incomprensibles y yo aún caía sin chocar contra ningún fondo, parado sobre la tierra del solar de juegos.

La luz de sus ojos huecos contrastaba con la espesa negrura de sus bocas; la noche se iluminó con mayor intensidad que un medio día de caluroso verano, por un segundo no hubo sombras en ningún lado. Ante mí vi a aquellos niños que jugaban, sus rostros no mostraban heridas ni sus ropas eran harapos, sus mejillas lucían rosadas, sus bocas sonrientes. A un tiempo voltearon los cuatro hacia el cielo, en sus caras sorprendidas se reflejaba la intensa bola de fuego que se revolvía en el aire como un sol, hecho de fuego y muerte, un auténtico océano de llamas mortíferas contenidas en una esfera viva que latía incrementando su tamaño que explotó en silencio, consumiéndonos...

No recuerdo haber escuchado ningún sonido, sólo el resplandor que quemó mis ojos. Tampoco el calor abrasador pero sí el fuerte viento que me arrastró con él y fue a colarme entre las ruinas de la iglesia... De pronto todo fue paz otra vez, apagándose el cielo y reinando las sombras pesadas de la más cerrada medianoche.

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Levanto mi mano, luce renegrida, frágil, quebradiza. La acerco a mi rostro y con dedo indeciso toco mi mejilla derecha y ambos se desmoronan al contacto. Del lado izquierdo de mi rostro siento la piel colgando como una bandera ondulante al viento. Levanto la vista y me descubro solo en un pueblo muerto y solitario. Deambulo por las calles buscando un alma que me indique el camino para salir de ahí pero detrás de cada puerta caída de sus goznes y de cada ventana de cristales rotos no encontré más que polvo y huellas imborrables de seres que habitaron los espacios ya vacíos.

A lo lejos se escuchan chirridos y risas infantiles, pequeños pasos corriendo alrededor del subibaja y las cadenas de los columpios tensas en su oscilante movimiento. Me pierdo entre los edificios, llamando a gritos que nadie escucha, esperando una respuesta que se quedó esperando su pregunta y murió sentada. Tropezando con las piedras que hay por todo el suelo, siento un deseo intenso y profundo de llorar que queda eternamente reprimido en mi pecho, en mi garganta, en mis ojos... Las cuencas se quedarán secas por siempre.

jueves, 3 de julio de 2014

Suspiros

Abro la ventana para enviar un mensaje,
(suspiro)
dispongo las manos a lanzarlo
(suspiro de nuevo)
cierro los dedos,
(suspiro)
y cierro la ventana.

¿Acaso es que no me atrevo?
Podría ser que temo atreverme a más
y en un momento arruinar
lo que nunca sucederá.

¡Ah futuro incierto! Cruel devenir
que marchando mueles mi aliento
y regodeas tu maldad cetrina
en mi sufrimiento amargo.

¡Oh presente férreo! Rueda enorme
que gira y gira y se contrapone,
ya llevas estacionada largo tiempo
sobre mi corazón ahora deforme.

Nunca es más patético un intento
que dice moverse sin hacerlo,
esfuerzo estéril y falseado.
Suspiro y no sé si he fallado.

Cierro la ventana.
(Suspiros...)

Me lees

Me lees
¿En quién piensas?

No podría creerlo
si me dijeras que soy yo
quien te acompaña
en tu interpretación.

Cual Cyrano verso,
cada noche de insomnio
o dulce sueño,
en tu nombre mis besos.

Desdichado precoz
por nacer sabiendo
el fútil destino
de morir temprano
sin el redentor suspiro
de amor correspondido.

Me lees
¿Qué sientes?
Lo que sea no me atañe
pues no soy destinatario
en esa carta de papel mate.

¡Oh Cyrano que lloras!
Ingrato, tonto, descerebrado.
Bastardo, zopenco y anticuado.
Eres cursi, eres ñoño
¡Eres Cyrano!

Poeta, ser desdichado
que amas a una quimera
que desaparece
cuando has despertado.

Me lees...
En mí no piensas,
en tus historias, en tu piel;
ignorando que hiervo
deseando ser parte
de uno de tus ensueños.

martes, 1 de julio de 2014

Oráculo de la selva

Con el sonoro golpe de los tambores
de esta tierra nativos y enraizados,
se erige de vuelta el ídolo de oscura piedra
con fuegos e inciensos que flotan.

Las manos lo levantan despacio,
con precisa fuerza lo dirigen a su nicho
donde han ofrendado con cariño
el corazón risueño de un niño.

El fuego se enciende en la hoguera
y las caracolas resuenan,
tambores graves inundan el templo,
el ídolo brilla en su asiento.

Se impone el silencio del trueno,
afuera comienza una tormenta
y la brisa fresca se cuela al altar
erizando la piel del sacerdote.

¡Los dioses se han manifestado!

¿Volverá acaso el guardián negro?
¿Volverá acaso del exilio de hielo?

Los dioses no lo han pronunciado...

Afuera, entre las sombras empapadas
de la tormenta, voló un cuervo.