¡Guerra! Dijeron ellos.
¡Guerra! Respondí.
Guerra fue y perdí...
Con manos fantasmales, tomaban de mi boca
palabras apenas pronunciadas y quebradas todas.
Me cosieron con cien hilos de alambre
los labios doloridos, cortaron primero mi lengua floja.
Mi nombre pronunciado en mil pedazos destazado,
vi que al viento arrojaban una parte,
quemaron con hielo la otra.
Hincadas las rodillas en el suelo inquebrantable,
se burlaban dando por ganado el baluarte.
Burlas huecas resonaron en mis tímpanos
y sus ecos muy dentro algo despertaron.
Respondió a su risa desdentada y hueca
primero un murmullo de hojas secas,
nunca hace ruido la tormenta que se acerca,
luego brotando como hirviente lava
no eran ecos ni hojas lo que sonaba;
levantada una rodilla del suelo,
ahora era yo quien cínico se burlaba.
Mis manos llevaban aún los grilletes
pero las cadenas reposaban en el suelo,
mi piel era pálida, mi cara la de un muerto
se veía podredumbre en todo el cuerpo.
La fantasmagoría volando alrededor
intentaron detenerme con amenaza atroz;
en sus ojos vacíos posé mis pupilas yertas,
arando un surco profundo en su hedor
y la semilla fue naciendo en su interior.
Miedo... Miedo... Miedo...
¡Nunca robaron mi nombre!
¡Nunca en verdad lo escucharon!
Un reclamo de sangre y muerte estalla,
elevo mis manos negras por mi sangre;
lucen de inmediato armas, sortilegios, maldiciones.
Nada detiene a mi sombra creciente.
Urgente necesidad de hundir las manos como garras
en sus asquerosos cuerpos y abultados vientres,
de rasgar en vivo sus almas mientras puedan verme.
¡YO SOY MIEDO!
Grito altivo con voz en cuello, ojos endiablados
y el espíritu ardiendo en fuego etéreo.
Se expande Mi Oscuridad que tiene sed y hambre
de venganza, sufrimiento, muerte, sangre...
Garras que perforan y profundamente cortan.
Picos como afilados cuchillos que destajan las carnes.
Navajas afiladas que no brillan en la oscuridad.
Tinieblas que envuelven todo en negra confusión.
La sangre inunda el espacio ennegrecido con su olor,
apesta todo, sangre que se eleva como espuma
y no se mueve ningún cuerpo ni gime alma alguna.
En grueso manto de terciopelo bermejo
envuelto salgo con la frente gacha y celebrando
mi victoria como rey vestido, aún buscando
la corona que antes le fuera robada.
Relucen demoniacos los ojos y la sonrisa.
Nunca brilló igual el terciopelo de la sangre.
Sigue sedienta la sombra maldita en mi ser tatuada.
En la profunda oscuridad la sangre nunca brilló tanto...
A una tumba fresca me acerco a morir en paz,
una muerte aterrante, serena inmovilidad
que trepa reptante por toda mi humanidad
hasta envolverme en su capullo de ortigas y espinas.
Cobijado por la sombra húmeda de la tumba,
mi negro fantasma se duerme
y descarga en mí su suerte
que será mi muerte...
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