El hombrecillo se armó de fuerzas, dio el paso al frente y aclaró su garganta:
Que usted, señor dizque oficial, sea un pendejo... ¡No es mi pedo! - Apenas pudo doblarse antes de que el iracundo saco de hormonas uniformado se le fuera encima.
De nada sirvieron los macanazos, los puntapies, los pinches y las chingadas madres. No caía el diminuto homúnculo.
Ya cansado de golpearlo, gasearlo e insultarlo, el policía atinó a preguntarle ¿Que te gusta que te jodan o qué cabrón?
El cínico le respondió con una amplia sonrisa y una enorme erección entre las piernas.
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