viernes, 1 de marzo de 2013

Cartas para Nadie

Te escribo desde mi exilio, confinado a mi prisión en la costa del Pacífico. No tengo más qué hacer en estos aciagos lugares, el calor se me trepa al cuerpo, la brisa salada me corrompe los dientes, el encierro es un mal menor. Escribir se ha vuelto un ejercicio soso e incoherente en esta realidad alterna, es nada más un intento de no olvidar mi humanidad entre estos muros insípidos.

No hay mucho qué pensar en este lugar, de nada sirve hacerlo, la cabeza duele, el cuerpo se cansa y las gaviotas no se callan durante el día; siempre pensé que una prisión costera sería como un paseo dominical en comparación con los pestilentes calabozos de la capital. Ahora prefiero esa pestilente oscuridad a esta claridad devastadora. El cielo está profundamente azul y cristalino, las nubes navegan como fragatas en alta mar y esas estúpidas gaviotas no se callan...

Acá la vida no se volvió más interesante, no mejoró su sabor como prometía esa vieja canción ¿La recuerdas? Acá incluso eso, la música, se siente sin vida. Pensé recibir delicias marinas como alimento, ni siquiera las ratas se comen esa asquerosidad. Tenemos que cuidarnos por las noches de que no se acerquen demasiado y nos roan los dedos, las orejas, la nariz, la vida misma hasta los huesos.

Lo peor no son los barrotes, es la belleza que nos rodea, son las palmeras y sus cocos, es el sol ardiente y hermoso, son las nubes blancas, es el sonido de las olas que rompen contra los muros grises, es el aroma del mar colándose hasta mi celda solitaria, es el saberme inmerso en la plenitud y no poder disfrutarla...

Te escribo como un último recurso contra la locura, como una última barrera que tiembla ante la inoportuna candidez de la playa. Te escribo a sabiendas que mis cartas terminan en la arena, regadas por algún guardia...

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