viernes, 3 de agosto de 2012

Muñeca Noctámbula X

Tuve frente a mí a esa negra aparición nuevamente, lo más cerca que nunca ha estado. Puedo decir que me abrazó, me cubrió por completo con su cuerpo vaporoso que nunca me tocó.

Durante el sueño podía volar, nunca lo había logrado: Cuando niño me daba miedo el quedar atorado entre los cables de electricidad o no poder aterrizar lentamente y estrellarme contra el suelo; esta vez fue diferente, volaba y podía volver a tierra tan suave como quisiera. Pasé mucho tiempo subido a un alto eucalipto, cuidando un salón construido en medio de un predio enorme que me recordaba mucho a una primaria.

Al salir las personas que descansaban en el interior, me supe libre de mi obligación y volé hacia la montaña que se erguía a mis espaldas, donde encontraría mi nidada. Volaba agitando mis alas, sentía el viento pasar entre mis plumas y viendo, abajo, la tierra con todos sus colores pasando. De pronto la vi, apurada por subir y bajé despacio hasta su lado, le hablé y contestó mi saludo pidiendo que la acompañara, sin más.

Caminé a su lado por la montaña, subiendo por un camino que desconocía. Entramos en una gruta con una boca enorme y acostada, bajamos un tramo considerable, alumbrados por la claridad del exterior que aún llegaba a esa hora del ocaso. El pasaje de roca desnuda se pintaba mágicamente con los colores del cielo. De pronto la pared derecha comenzó a reducir su tamaño, dejando ver el interior de lo que debía ser un cañón de piedra en la espalda de la montaña. Entramos a una sala espaciosa, caminamos entre estalagmitas recubiertas de pequeños cristales que soltaban chispas de colores al ser tocados por la decadente luz, llegando hasta el borde de ese curioso campo de piedras. Al frente pude ver una caída de 50 metros quizás y un riachuelo que salía desde un borde, a mi izquierda el camino que nos guiaba hasta el pie del talud de piedra.

Ya desde la escalera se veía la espesura del bosque que nos esperaba, ella dijo que su casa no estaba lejos. Su voz apenas la escuchaba a pesar de la quietud pétrea que nos envolvió hasta pisar dentro del bosque. Una vez ahí, mis oídos se llenaron del sonido de las hojas pisadas, los cantos dispersos de algunas aves, los ocasionales graznidos de los cuervos... Cuando los árboles comenzaron a disminuir, vi a lo lejos una cabaña muy rústica, supuse que habíamos llegado.

Ella entró dejando la puerta abierta tras de sí, asumí que podía entrar, al cruzar el umbral me di cuenta que no había más paredes que la fachada. Ahí mismo, en el bosque, estaban regados sobre el piso de tierra los muebles, las herramientas de trabajo. Sobre los árboles, hábilmente clavadas, se levantaban plataformas que sostenían sus camas. Me enteré que vivía con sus hermanos hasta que los vi llegando de más adentro de su casa, por decirlo así. Los muchachos, agradecidos, me invitaron a pasar la noche con ellos, pues el sol ya se había metido y quedaba sólo el leve recuerdo suyo en el cielo, que se va tiñendo de azul profundo. La chica no hablaba ni una palabra mientras, diligente, preparaba la cena y sus hermanos seguían trabajando con sus herramientas de carpinteros y platicando conmigo sobre mi procedencia; a cada respuesta mía, escuchaba anécdotas de ellos y algunas eran en verdad interesantes.

La cena fue servida y consumida entre celebraciones por su sabor. Ella sonreía tímidamente, sin decir una palabra o hacer siquiera un ruido. La sobremesa se llenó de bromas y chistes, departidos entre tazas de café y cigarrillos, ella no bebía ni fumaba y tampoco reía, se conformaba con sus sonrisas apenas pintadas en sus labios delicados.

Parecía que ninguno de ellos tenía ánimos de irse a dormir y comenzaba a enfriarse demasiado el aire, podía verse el vapor saliendo de sus bocas. Poco antes de que comenzara a colarse una neblina espesa, uno a uno fueron ocupándose de vuelta con sus herramientas y la chica permanecía de pie, como arrinconada entre la única pared y otra imaginaria. Me percaté que la niebla se volvió espesa y me cubría alrededor, dándome la ilusión de estar solo en un bosque desconocido.

Recuerdo que podía ver mis pies con claridad, estaba descalzo pisando un suelo de tierra apisonada... Me quedé quieto, el bosque estaba callado, demasiado... Volteé a todos lados intentando ver algo, encontrar algo pero todo era blanquecino, di unos pasos al frente y topé con un mueble que tenía una sierra de disco sobresaliendo por un lado; retrocedí y una neblina negruzca comenzó a rodearme desde atrás, todo se envolvió como en terciopelo negro haciéndome sentir desorientado.

Di vueltas hasta que divisé una ligera mancha más clara y me detuve a observarla fijamente; con pasos lentos me fui acercando hasta distinguir esa pálida cara azul y arrugada que había visto: Era el "antiguo enemigo" quien me visitaba esa noche. En cuanto tuve esa cara frente a mí, algo me sujetó con fuerza casi estranguladora. Me sentí arrastrado por todo el suelo del bosque, arrojado infinidad de veces contra los árboles, rasguñado por sus duras cortezas... ¡No podía siquiera defenderme a mordiscos! Eso que me sujetaba parecía no tener cuerpo, a pesar de ser visible. Pasó largo tiempo divirtiéndose conmigo, no sé cuantas veces me sentí desmayar en el sueño, sin llegar al desmayo completo, esa tortura pronto doblegó mi ánimo, supe que moriría en sueños, que mi cuerpo no podría recuperarse de este ataque.

Me arrojó nuevamente contra el suelo, ya no volvió a levantarme. Sentí que me dejaba libre y comenzó a diluirse la espesura negra, volviéndose transparente. Logré levantarme y busqué la cara del espectro, vi que se desvanecía en un tronco hueco. Me apresuré al lugar y mis pies parecían estancados en lodo, no llegué a tiempo.

Al levantar la vista, los hombres estaban ahí, trabajando en sus mesas y la chica de pie, donde mismo. Me quise acercar a ella pero con un ademán de su mano me indicó que me detuviera, quedé congelado y ella bajó su mano. Resolví preguntarle sobre esa neblina negra que me atacó momentos antes y no podía hablar, no recordaba cómo articular las palabras que estaban en mi mente; confundido me fui a sentar a la silla más cercana, intentando hacer salir algún sonido de mi garganta.

Escucho el gorjeo de un pájaro, el amanecer se acerca. La chica con su vista clavada en mis hombros se comenzó a desnudar; con la ligera claridad su piel se veía más blanca, al erguirse me mostró ese cuerpo liso de muñeca de porcelana. Caminó para acercarse pero sus pies rígidos la volvían torpe y lenta... Parecía que el tiempo se había detenido mientras ella se desplazaba no más de tres metros, sentí un peso enorme sobre mi espalda, ella seguía con la vista clavada; noté que algo resbalaba por su mejilla nacarada, parecía una gota de rocío. Avanzó más, me levanté con esfuerzo y di un paso, luego otro. Ella seguía tambaleándose despacio. La escena me parecía un extraño encuentro entre dos amantes que nunca llega a suceder, era melancólica. Me detuve a examinar su rostro y me di cuenta que en realidad eran lágrimas que salían de sus ojos inexpresivos. Una confusión me llenó súbitamente, quise ir a abrazarla, a reconfortarla pero temía que me dañara al tenerme a mano; deseé ayudarla y a la par sentía asco de ella. Mis piernas dejaron de responder y me derrumbé.

La chica se arrancó la máscara que cubría su boca, la dejó caer al frente de sus pies, de los ojos aún escurrían gruesas lágrimas y ahora parecían reflejar una infinita tristeza, contenida por milenios; por un instante, el rostro inexpresivo se tornó en una mueca arrugada y depresiva. Un pie rompió la careta en pedazos, dejando impreso en cada partícula el sentimiento mostrado.

Estaba a un paso de mí, un paso que duró eternas angustias en llegar, sus afilados e irregulares dientes se volvieron un miedo palpable, ahora no sólo sentía su peso aplastante y el dolor intenso de un hombro dislocado, ahora esos cuchillos de porcelana se hacían sentir en mi piel y mi carne. Punzadas de dolor cortante me invadían el cuerpo desde dentro... Quise morir, ya no despertar, el dolor era insoportable pero no lograba despertar ni fallecer.

Revolcado de dolor, giré hacia la ventana, un rayo de luz entraba tímido por la ventana de la fachada. La piel de la muñeca brillaba inundada de tornasol, a pesar del tremendo dolor que me producía, su piel me pareció preciosa. Ya bañada hasta la cintura en luz seguía avanzando, mi lógica me decía que debía despertar ya, siempre me sucedía así: Cuando salía el sol en mi sueño, despertaba a la realidad. Ese razonamiento ya no servía, ella seguía avanzando hacia la presa indefensa, tirada en el suelo.

El pie de la muñeca finalmente tocó el suelo, pisando parte de una piedra que sobresalía en el suelo, se tambaleó y, casi por inercia, movió al frente su otro pie. La lisa porcelana resbaló, haciendo perder el equilibrio. Conforme la veía caer, nuevamente ese deseo de salvarla me invadió. Cuando pude reaccionar el cuerpo se estrellaba contra el suelo, volando en añicos diamantinos que iluminaron el bosque como miles de luciérnagas trasnochadas.

El tiempo volvió a su paso normal, recuperé el control de mis miembros y me levanté, buscando a los hombres con quienes había compartido la cena y no estaban por ningún lado. Les grité y sólo el eco de mi propia voz me respondió. Extendí mis alas y volé en vertical, buscando las copas de los árboles, las ramas se abrían a mi paso y cuando finalmente sobresalí del techo, la luz del sol me bañó, haciéndome despertar...

2 comentarios:

  1. Interesante la forma en que se da la interacción que nunca termina... Sueño o realidad, eso no lo sé, pero me recuerda a lo que he visto tantas veces.

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  2. A mí me gusta que te guste, Faby Kaban.

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