sábado, 14 de marzo de 2015

El exilio

¿Cuál fue su error? No encontraba respuesta en su repaso de ideas e impresiones de lo ocurrido ¿Cómo terminó exiliado? Una noche, semanas atrás, irrumpió en su hogar un operativo que buscaba rebeldes, de esos revolucionarios del nuevo siglo que eran más palabras que huevos bien fajados. Lo detuvieron, él ni siquiera apoyaba esa causa, creía que el statu quo logrado era el adecuado, incluso había votado por el candidato oficial. Nada podría pasarle, todo era algo normal dado el clima difícil del país: Triste ingenuidad, comprobó día tras día que eso no era normal, en audiencias inapelables ante jueces irracionales que recalcaban el tremendo daño hecho a la sociedad sin decir cuál era ese daño ni qué lo había causado, en meses sin tener noticias de su proceso, sin ser llamado a ampliar declaración; notó que todo iría tan sólo empeorando cuando el veredicto final fue pronunciado, la pésima defensa que aceptó como irrefutables las más sosas e incoherentes pruebas no hizo diferencia alguna ni para bien ni para mal.

En el trayecto hacia las montañas, iba en silencio, no lloró o mostró tristeza alguna, era como si ya nada lo sorprendiera, se le había caído su fe en el sistema que toda su vida consideró justo, corrupto pero adecuado para todos, se dio cuenta que la cárcel era el menor de los males para un nacionalista, hasta ese momento el exilio era nada más una palabra asequible que dibujaba un cuadro definido de algo indefinido. No llevaba ya las esposas gruesas, ya ni lo consideraban peligroso, podía huir y no hacía falta buscarle, él ya no existía, la marca hecha con el hierro candente atravesando su rostro lo delataba y todos se alejarían, le negarían comida o bebida, alojamiento, le podrían matar a palos y nadie lo evitaría ni se molestaría por ello. Ese era el cuadro definido.

Durante largas noches se imaginó que ser exiliado era equivalente a ser totalmente libre, sin preocuparte de nada, ni de trabajar siquiera pues siempre se podría encontrar algo qué comer mientras se vagaba de pueblo en pueblo. Nunca pensó en los sentimientos de melancolía que le invadían, anegándolo desde los pies hasta la punta de los cabellos ¿Melancolía de qué o por qué? Su ilusión de perfección depositada en el sistema se le vino abajo cuando sintió el aroma del hierro acariciando su rostro, no podía decir aún que amaba a esa patria que lo acogió desde su nacimiento.

Seguía repasando mentalmente el cuadro definido del exilio, intentando recordar a alguno que hubiera regresado de tal castigo, repasó una y otra vez la lista de conocidos exiliados, de desconocidos exiliados, ninguno volvió nunca pero no le había interesado saber qué motivos tendrían para no dejarse ver ni en las cercanías. Muchos de ellos eran asesinos confesos, algunos atrapados en plena masacre, en realidad no tendrían problema alguno en echar mano a quien se atreviera a levantar siquiera un dedo en su contra, tampoco tendrían reparo en robar lo necesario para su sustento; se le ocurrió que aquellas otras personas debían haber establecido una comuna o bien, caminado hasta llegar a otra zona donde nadie lo reconociera y comenzar su vida de nuevo; de un empujón lo bajaron de la carroza con todo y sus muy profundas cabilaciones, el par de guardias con notorio nerviosismo le explicaron que no podía pasar la línea marcada por las hogueras y antes de que pudiera preguntarles más, lo abandonaron.

La luz del día comenzaba a disminuir rápidamente, los árboles se veían extrañamente tenebrosos, quizás por el color que el ocaso imprimía a toda la zona, desde donde estaba alcanzaba a ver el pico nevado de las montañas que se levantaban frente a él, tan cercanas que casi las podía escuchar crujir cada vez más y más fuerte hasta que se dio cuenta de que no eran las montañas sino un par de conejos que se acercaban a él desde las montañas. Esas ternuras de animales peludos le veían con atención, moviendo tímidamente sus bigotes, luego fueron tres, cuatro, diez. Le sorprendió que se mostrarán tan audaces como para no alejarse cuando él se movía para atizar la hoguera o para echar más leña al fuego; la noche ahora se erguía por encima de las blancas montañas, dejando que brillara una luna en medio creciente hermosa, con una luz tan potente que alcanzaba a ver varios metros alrededor.

Cerca de la media noche comenzó a sentir hambre mas no se movió ni un centímetro, con tremendo nerviosismo notó que los conejos se acercaban más a cada minuto, algunos incluso se acurrucaban cerca de la hoguera. El sueño lo fue invadiendo a pesar de sus esfuerzos para mantenerse despierto rodeado de una camada cada vez más grande de conejos que chillaban y se lanzaban dentelladas fúricas unos a otros.

Pestañeó y un alboroto muy grande lo regresó del ensueño a la realidad para descubrirse totalmente rodeado de esas bolas peludas con ojos rojos y miradas diabólicas que de cerca parecían incluso más aterradoras que al principio. Con la vara que usaba como atizador asustó a algunos cuantos, blandiéndola como una espada en todos sentidos, logrando alcanzar a un atrevido que salió volando emitiendo un chillido tan agudo que lo hizo estremecer. Nunca había escuchado nada igual.

En el pueblo nadie comía carne de conejo a pesar de que abundaban tales animales en los bosques cercanos, nunca se preguntó el motivo pues no era cosa que en realidad le interesara antes, esta vez quiso encontrar la respuesta en medio de la noche, totalmente acorralado con la espalda hacia la hoguera intentando alejar a ese mar de dientes afilados que arremetieron en su contra con total desfachatez. Logró patear a varios, otros en su locura cayeron directo al fuego y salían hechos una ardiente bola de conejo a medio asar. Sus ojos no podían creer lo que vio a continuación: Esos animales eran devorados por sus congéneres en un festín de sangre y horribles gritos agudos. La primer mordida la recibió en la pantorrilla derecha, un animal se había prendido a su carne y a pesar de los palazos no se soltó, el segundo ataque fue a su tobillo y uno más mordió su zapato izquierdo logrando perforar el cuero y llegar hasta los dedos; con toda la desesperación y fuerza que tenía gritó pidiendo ayuda, se revolcó intentando aplastar a sus atacantes sólo para levantarse cubierto de esos animales que siempre pensó herbívoros.

En un descuido cayó con medio cuerpo sobre la hoguera y las flamas devoraron sus ropajes y quemaron parte de su piel y cabello, al menos se libró de los dientes que lo aprisionaban por un mísero segundo y al siguiente momento otra avalancha de pelo y dientes estaba en sus piernas y en su abdomen. Debilitado por la batalla y la pérdida de sangre, tomó un leño encendido para defenderse, poco le importó quemarse la mano. Atinó a unos pocos que salieron volando entre chispas para perderse en la oscuridad pero por cada uno de esos animales que alejó, llegaban cinco más. Se abalanzaron sobre él y quedó cubierto de pies a cabeza, parecía un enorme tapete de piel de conejo que se movía, chillaba y gritaba horrores...


El día 31 de mayo de 1613 fue condenado al exilio Roberto Pereida por crímenes contra la patria, traición, sedición y asociación delictuosa, con ejecutoria el 2 de junio del mismo año.

2 comentarios:

  1. Al inicio pensé que era algún tipo de referencia a una noticia, pero en cuanto mencionaste los conejos supe de qué trataba.
    Muy bueno, me encantó.

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  2. Gracias por tu comentario Kaban, básicamente sí es una noticia pero es de esas notas que se encuentra uno en la sección policiaca y que ignora hasta que algo obliga a releer el texto.

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