martes, 25 de junio de 2013

No me veles, todavía no he muerto.

A vos... La que no puedo nombrar, a la que no puedo tocar ni con la tierna caricia de una mirada apasionada. A vos, mujer de cera y azúcar morena, mujer de labios prohibidos...

Estas líneas las escribo para mí, pensando en ti, deseándote y deseando liberarme de tu imagen. Estas letras nacen para exorcizar a tu demonio que vive dentro de mi cielo, escondido en algún lugar de una nube que no veo.

Intento no pensarte mientras escribo pero la mente es traicionera y tu recuerdo no esquivo. Me atropella tu aroma cada noche, cada sueño lo sueño contigo; el hambre a ti me sabe y todo mi alimento es tu olvido. Inmerso en las aguas de tu desdén maldito, de tu negación continuada, de tu sexo infinito, derramo el llanto silencioso mientras me hundo en tu voz de sirena y coral.

Expulso ese aire que respiré de tu boca, pierdo el aliento de vida. Se parte en trozos diminutos mi corazón de niño.

Son mis letras un rezo a vos dirigido, son tus oídos divinos y sordos a mi plegaria. Es el café de tus ojos como un monte infinito ¡Dulce tierra! ¡Barro bendito! En tus oscuros cabellos me pierdo, en el aroma de tu cuello mis labios mueren. ¡Mujer! ¡Mujer! ¡Mujer! Déjame decirte adiós sin matarme.

Permíteme olvidarme en tus brazos una noche, déjame recordarme consumido en tu carne y revivir antes de que amanezca... Dame la muerte chiquita una vez y nada más. Quiero revivir luego de morir a tu lado, así como otros han muerto contigo. Quiero que mi cruz adorne tu cementerio, arroja mis despojos al fuego, no me recuerdes tú ni me llores, no es tu muerte sino mi renacimiento. No me celebres, nada más déjame reposar un poco en tu muerte.

Después de esa noche, no volveré a llamarte, mujer de negro, no volveré a tu tierra, ni me verás penando en tu cementerio. Ahí dejaré sólo la tumba, sólo la tierra hendida sin cuerpo ni féretro. Déjame acercarme y llenarme con tu olor por una vez y para siempre, te ruego... No me veles, todavía no he muerto.

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