jueves, 27 de junio de 2013

Entre el alcohol y la pena nos consumimos los dos...

- Verás... Pensé un minuto antes de continuar hablando. - No busco más, no te estoy pidiendo más ¿Comprendes? Sé que yo misma no puedo ofrecerte eso que me pides y que tú tampoco puedes ofrecerme más que eso. Caray ¿Cómo te lo explico? ...

Las palabras daban vueltas en mi cerebro aletargado por el alcohol de no sé cuántas copas que bebimos esa noche. Te veía ahí, sentado frente a mí, sosteniendo el vaso que recién habías llenado con refresco y hielos. Tus ojos fijos sobre mí, tus labios serios con esa expresión tan irresistiblemente aburrida en tu cara, una mera línea que apenas se adivinaba en tu rostro. Sentía que me llevaba el carajo al intentar ver una sonrisa ahí.

Te pedí otro trago, quería aclarar mi garganta y mis pensamientos... Se me olvidaba que el alcohol y sus vapores se me suben pronto a la cabeza. No sabía cómo decirte que, de verdad, a pesar de tu cara aburrida, de tu voz a veces tan monótona y de tu jodida costumbre de ser tan... tan... ¡Carajo! ¡De ser tan tú! Y es que no sé cómo explicarlo... A pesar de todo eso, me he preguntado una y mil veces cómo sería, qué me harías sentir si aceptara tu propuesta.

No sé cómo decirte que también te he deseado, que también me gustaría sentir tus besos en mi cuello, recorriendo desde ahí todo mi cuerpo, no sé cómo decirte que me enciendes la sangre con tu voz grave, que me encantaría escucharte declamando a mi oído esos versos que cantas en otras camas, que quiero acompañarte en un concierto: Tú con tu voz grave y tus versos candentes y yo con mi cuerpo como guitarra que vibra y gime con tus caricias...

Me da pena, ya sabes que así soy, me siento avergonzada de confesarte que también a mí se me encienden las venas al pensar mi sangre en tu sangre, que mi ser completo palpita al leer en tus ojos el deseo que te incendia al pensarme siquiera.

¿Cómo puedo lograr controlarme ante ti? Quizás sea la circunstancia, quizá sea la costumbre... Ya tantas veces me he contenido que temo que mi alma ya no sepa nadar a la superficie de mi piel y se ahogue por siempre en los profundos abismos de mi silencio catatónico. ¿Qué quieres que te diga? No puedo callar a mis ojos traicioneros que ya te han dicho todo de mí... Me conoces, tu mirada me penetra, tus ojos no conocen muros ni obstáculos... Deseo que mires, entonces, mi entrepierna.

¡Deseo que me hagas el amor con tu mirada! No con tu cuerpo, no con tus manos, sino con tus ojos profundos y duros, con una mirada tan fija que termine por abrasarme y me lleve a contemplar esos cielos de los que tanto escucho de tus labios, quiero ver esas estrellas que tanto me han dicho que existen en el cielo de tu orgasmo.

Quisiera atarme a tus ojos, nada más eso quiero. No me gusta tu cara seria y dura, casi impenetrable cual muralla; detesto tu mente tan intelectual y divina, inalcanzable para mi mente mundana y poco letrada; tan sólo gusto de ver tus ojos, una y otra vez, esos ojos extraños y místicos que contienen mil caricias divinas, vividas en los eones de tu existencia. Odio ese bigote que nace en tus labios, no me gusta verte con barba ni bigote pero por ver tus ojos, soy capaz de amar ese bigote y esa barba desaliñados y sucios. Si pudiera tener tus ojos sólo para mí, yo misma te ensuciaría la barba con mis besos y peinaría tu bigote con mis labios carmesí.

Me da pena, ya lo sabes...

No hay comentarios:

Publicar un comentario