martes, 2 de julio de 2013

Ego sum non Meus

- Me siento solo, tan solo, en medio de un mar de gentes que me ahoga con preguntas y miradas duras... Dijo en voz muy baja el hombrecillo desnudo y flaco.

- Bajé de mi montaña para no ser más un hermitaño y me siento profundamente abandonado en esta selva de asbesto y concreto... Ya no soy mío, ya no me pertenezco a mí. Ahora soy un esclavo más, un simple número en el sistema que computa vidas y almas humanas para manufacturarlas y venderlas al por mayor.

Lo vi con amargura mientras lloraba su queja, tan bajito que sus sollozos parecían más bien una dulce brisa de otoño, fría y melancólica... No podía acercarme para abrazarlo, su estado me era repulsivo, su aroma me producía arcadas de un asco tan profundo como su pesar.

- Seguí dos luceros que subieron a mi montaña, los seguí hasta este bosque pequeño donde me encontraste. Esos ojos que primero fueron hermosas estrellas matinales, pronto se ensañaron contra mí y me desprendieron de mi paz; su fuego es tan fuerte que aún me quema...
Cuando bajaba, gritaba con orgullo que no era de nadie más, sino mio y de mí nada más. Ya perdí la apuesta por seguir fuegos fatuos que llegaron a mi tierra como cometas ardientes.

Los ojos del hombrecillo se llenaron de añoranza al recordar esos ojos que fueron su perdición, yo no podía hacer nada más: Era tarde y debía ir a trabajar. Lo dejé acurrucado como estaba, en ese arbusto de bugambilias en flor, la sombra de los pétalos lilas le bañaba con intensos destellos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario