miércoles, 15 de octubre de 2014

Muerte en los versos de un aria

En esta cárcel todo se vuelve rutinario, el pase de lista, revisión de la celda, ir a comedores, el patio... ¡Siempre lo mismo! Me acuerdo cuando estuve por última vez allá afuera: Cada día una aventura; podía despertar con ánimos de lograr todo y en segundos quedar reducido a un manojo de nervios quebradizos y deprimentes. En ocasiones era al contrario y entonces resultaba más peligroso. Mi ánimo no tenía límites...

Por allá de la segunda o tercera vez que fuiste a esa bodega abandonada que estaba limpiando y reacondicionando con bocinas y equipo de sonido, comenzaste a preguntarme el motivo de tanto arreglo. A la sexta visita tuya, dos meses después, había ganchos colgados de gruesas cadenas, una mesa con diversos cuchillos y mi colección de discos de ópera, las arias siempre fueron la música que más me estimulaba cuando usaba mis navajas. Tus preguntas fueron insistentes hasta que me harté y te vi fijamente... Leíste en mí la respuesta que tanto buscabas y entonces callaste.

Pobre tipo, ni culpa tenía de nada pero terminó pagándolas todas. Días antes había leído demasiadas notas sobre secuestros en la nota roja, colgado al internet me dediqué a leer más del tema hasta encontrarme planeando uno, cosa que resultaría tremendamente sencilla de realizar en aquella zona donde vivías con tu hermana...
A todas horas, a espaldas de su departamento pasan algunas personas a laborar a la clínica cercana, la víctima fue la primer alma que dio vuelta de la avenida P. , quizás terminando su jornada. Algo adormilado no se percató de mi presencia unos metros más adelante o me ignoró, tampoco notó que llevaba un revólver desenfundado en mi mano. Al emparejarnos se quedó lívido ante mi arrastre, a pesar de que le ordené que siguiera caminando hacia el auto gris que estaba con la puerta abierta más adelante. Una picada en las costillas con el cañón lo devolvieron a la realidad, cooperó balbuceando algo sobre una novia o una esposa, hijos de varias edades aunque ninguno de él, que si estaban juntos recién y mil pendejadas más que no me interesaron en aquél instante. Lo hice manejar hasta la bodega y lo demás fue rápido: Amarré su cuerpo, lo senté en el suelo, marro en mis manos, noté que estaba bastante pesado (quizás treinta kilos, más o menos la mitad de mi peso), lo balanceé un poco y luego de elevarlo descargué el golpe, lo colgué de cabeza. Luego de colgarlo revisé sus artículos personales, fotos en el teléfono, mensajes, identificaciones, nada de interés.

¿Si te dije que me quedé esperando que hiciera algún ruido? Me arruinó totalmente la bella "Un bel di" de Madama Butterfly que escuchaba al desnucarlo... Un chillido pequeño habría sido orgásmico con aquella canción.


***


Ese sábado ya caía el sol, estuvimos en casa viendo algunas películas, tonteando, mas debías regresar con tu familia. Era tiempo de darte el regalo que tenía preparado por nuestro tercer aniversario. Te pedí ir a la bodega a donde tenía esperando tu regalo. Aceptaste con una expresión de poca confianza pero siempre has sido demasiado curiosa.

Al llegar, lo primero que hice fue conectar y encender la fuente de poder del sistema de sonido y comenzar a reproducir las obras operísticas. Te acerqué una silla y te sentaste, en tanto yo iba al fondo y regresaba con un bulto bien atado con forma de persona. La semioscuridad le dio a todo un tinte aterciopelado. Colgué el saco frente a ti y fui por mi mandil y los primeros cuchillos a utilizar, uno mediano y afilado para cortar la tela y las cuerdas, uno pequeño y delgado ideal para quitar la piel con extrema limpieza, sé que cuánto aprecias los artículos de piel que te regalo, un cuchillo carnicero, grande y pesado que permita abrir el pecho y una cuchilla mediana, de punta curva y tremendamente afilada que gusto para hacer los cortes de carne.

Aprovechando los últimos rayos del sol que se colaban delgados por las rendijas, permití que vieras cómo despejaba en un minuto el cuerpo entero ¡Oh Sangrante Inercia que lloras frente a mí! Entre mis manos enguantadas tomé su cara y vi que lloraba emocionado con la luz de los ojos apagada. Llevé el cuero al fondo a una bañera de plástico con productos para comenzar el proceso de curtido. Dejé el cuchillo pequeño en la mesa y saqué el cuchillo para carne.

Los primeros músculos que corté fueron los brazos, su tamaño los vuelven idóneos para ir calentando el cuerpo. Los alejé un poco hacia la izquierda y acerqué una cubeta para recoger los intestinos, tus ojos se abrían como platos y en tu rostro brillaba un color extraño y sobrecogedor. Abrí en canal el abdomen y cayeron en la cubeta las pestilentes tripas que terminé de separar con algunas cuchilladas que cortaron al largo sostenido de la cantante que resonaba en los altavoces.

Me detuve, di un par de pasos hacia tu lugar y contemplé el cuadro ¡Era precioso! El blanco de los huesos manchado con la sangre que lucía como negro terciopelo me erizaba la piel y excitaba a mi corazón. Apartando hacia afuera la cubeta, regresé a mi tarea empuñando el cuchillo con firmeza. Corté los músculos de sus pantorrillas con sendos tajos del filo, los tendones parecían de gelatina, y los arrojé a un rincón por donde las ratas se cuelan hacia dentro, el olor a sangre habría de atraerlas y me ayudarían a limpiar el desastre antes de que apestara.

Tus ojos pedían que me detuviera pero tu gozo malsano te obligaba a cerrar fuertemente la boca para tapar tu sonrisa. Esa mirada piadosa ¡Oh mi Diosa! me flechó el corazón y un profundo dolor me invadió el alma, lloré en silencio dos lágrimas ocultas con un nombre tatuado que nunca leerás. Mis ojos se cerraron y el acero de los cuchillos musitó mi nombre, quedo como el sonido del viento que se cuela entre las estrellas de una noche silenciosa donde las almas muertas no descansan.

Lamí la sangre coagulada de mi filo, inflamé mi corazón con un suspiro y me acerqué a rebanar esos muslos algo empobrecidos. Intenté sacar filetes pero el cuchillo había perdido filo y nunca me ha gustado cortar nada si no es con el mejor filo. Hice lo necesario y seleccioné además una nueva lista de reproducción para continuar. Comencé con el muslo izquierdo pues me pareció que tenía un poco más de músculo que el derecho, cortando trozos jugosos mientras escuchaba a un tenor con la voz en el cuello a punto de explotar y los cuchicheos de las ratas prestas al festín, tanta carne había para comer que pronto el fondo de la bodega se pobló de ellas, una extraña sombra que se retorcía en la sombra como el demonio de mis delirios.

Cortar el abdomen fue bastante sencillo, al ritmo más animado de La Habanera, dejándome más de la mitad de la pieza para disfrutar dejar casi desnudo todo su tórax. Siempre dejaba algo de carne en los huesos para los perros que llegaran a tiempo para comer, las ratas son en verdad voraces. Los hombros, la espalda alta, el cuello y la cara siempre los dejaba intactos.

Manon Lescaut cantaba su aria impecable mientras yo abría el pecho de tajo con el cuchillo carnicero, procurando no dañar el diafragma pues no era mi gusto dejar que se derramara todo al abrir el pecho. Admirábamos absortos el bellísimo cuadro de su pecho sangrante expuesto, nuestro Cristo Inerte bajado de la cruz, devorado por miles de cuervos sacrílegos. De tus ojos caían lágrimas mientras brillaban las estrellas.

Tomé el suspiro final y me acerqué lentamente a sacar el rubí que había dentro de ese cofre de carne, cortando con cuidado los vasos que lo sostenían ¡Flamíguero tesoro que me pertenecía por derecho! Lo deposité junto a la piel para disecarlo y guardarlo en un canope. Regresé a tu lado.

Volteé mi vista hacia el rostro del descuartizado y sus ojos sin párpados me veían fijamente, apagados, inmersos en una tristeza eterna, en su opaco brillo vi reflejos de su vida y la esperanza de volver a ver a esas personas de las que me habló, igual que Butterfly anhelaba. Me estremecí tanto que asomó un torrente salado mientras Madame Butterfly seguía cantando su profundo deseo de volver a verlo algún día. Por un breve instante, su sangre se sintió de nuevo tibia y sus ojos apagados se vivificaron, negándose a morir al primer instante vi su espíritu aún luchando por dar vida al cuerpo mutilado donde habitaba y lloré mientras asesinaba a ese espíritu tan valiente y hermoso... Mis manos temblorosas, bañadas por gruesas lágrimas que caían sobre ellas queriendo lavar la atroz mancha de la muerte, sin lograrlo, sacaron sus ojos.

Sentí tu mano en mi espalda y te escuché diciendo "Basta por favor" pero no sé si estabas llorando, riendo o impactada. Me tomaste de la mano y sentí que me jalabas hacia afuera. Yo seguía llorando, conmovido, y no ponía atención a lo que me decías. Al salir de la bodega, la luz me dejó ciego y un peso contundente me golpeó por un costado y caían sobre mí gritando y pateando y buscando mis manos para esposarlas.

No puedo negar que disfruté tu expresión al verme destazarlo. Él ya había muerto, eso es seguro, no recuerdo cuántas veces te lo juré, el mismo día en que lo secuestré, él no chilló como los conejos, eso me decepcionó, yo esperaba algún ruido extraño pero nada, se estiró durante unos segundos con una tensión que amenazaba con romperlo en dos y luego se aflojó y un charco de sangre nacía de su nariz y sus orejas. No chillo, sólo se aflojó...

2 comentarios:

  1. Simplemente hermoso.
    Lo gráfico de la descripción contrasta a la perfección con lo elegante de la redacción, haciéndolo parecer menos sangriento de lo que es.
    Te diré con sinceridad que esperé por momentos que luego matara a la chica, hubiera sido divertido.
    ¡Gracias por compartirlo!

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  2. Nunca fue opción la muerte de ella, en realidad a ella la am@.
    ¡Gracias por comentarlo!

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