Platicaba antenoche con una tijerilla
sobre la efímera noche de frialdad
que sentía yo en las mejillas
y ella en el paladar.
Le preguntaba insistente por la cuchilla
que recién empezaba a afilar.
Me respondió a regañadientes
que era para afeitar más cabezas y cachetes.
La tomé entre mis dedos y aplasté.
La tijerilla me picó con su pinza café.
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