martes, 24 de junio de 2014

Colisión I

Mientras sonaban los lúcidos acordes beethovianos en mis altavoces, fue resurgiendo desde mi sombra la ceguera negra, la que nubla mis ojos con profundos abismos inescrutables. Su canto era de amistad, de fraternidad entre los hombres, de libertad, altos ideales de la mente de Schiller. Mi canto era de sangre, ira y muerte, altos ideales de Saturno eclipsado en Orión. Sus voces eran angelicales, la mía abisal.

No pude negar su ascenso, es más fuerte que yo en este momento. Esa sed que no acaba sigue en aumento y consume todo cual incendio de flamígeras sílfides que danzan. Una profunda oscuridad me envuelve, sube a borbotones como negro petróleo hirviente. Ahora no hay reflejos de la flama interior, todo es negro, sin brillo, sin reflejos, sin materia. La Nada de la que nací y que me consume lentamente, vuelve para alimentarse de mí.

El reflejo de mis propios ojos en los lentes nunca fue tan claro, los espejos son elocuentes. Crecen deseos ya olvidados, se vuelcan...

Salté por la ventana del segundo piso, el estruendo de los vidrios violentados nunca sonó. Nunca sentí el golpe seco contra el suelo, ni el inevitable golpe contra la barda de la casa. Todo era negro alrededor y no percibía ni el aire que soplaba con fuerza aquella tarde.

Dentro del oscuro caparazón escuchaba una voz mísera, deprimente y temblorosa que rogaba porque le dejara lamer mis heridas para sanarse a sí e iluminarse con mi sangre. Imploraba como si en ello se jugase la existencia.

- Déjame tomarte de la mano y volaremos juntos a un lugar apartado donde podamos, como amantes, morir juntos... A la sombra de una cueva en una luna de las siete que nos circundan, donde no hay luz, donde ninguna estrella brilla más ¿Me dejas besar tu herida? Tal vez así mi alma se sane. Con tu sangre, libérame de este destino, ilumina mi oscuridad, ilumíname con tu calor... Casi en un suspiro se fue silenciando esa voz.

Seguí hundiéndome lentamente en la viscosidad de esa envoltura que cegaba mi razón, sin dejarme saber qué sucedía afuera... Plutón avanza hacia Saturno, Orión encierra a ambos en su cuadratura. El caos avanza.

Se escucha un murmullo cantando...

- Sombras, sombras, sombras acechad,
mis manos ya pronto caerán
y sus labios con su veneno se van a sellar.

¡Ya viene! Escucho sus pasos
¡Al fin! Querido llegaste ya.
Acércate, tengo lo que pediste...

Alguien me toma de la mano, el tacto es frío y extrañado. Con insistencia acerca algo a mis manos como deseando que lo tome, tiemblan y van perdiendo fuerza, luego caen y me dejan libre... Descansa.
La luna eclipsa al sol y se tiñe de sangre. Todo sigue negro, siglos pueden diluirse hasta que pueda resurgir de esta trampa de alquitrán.

Miles de voces que gritan, sollozan, hablan, balbucean, ríen, lloran, se desgarran sanguinolentas. Un jardín en penumbras se divisa al frente, un cuerpo arrastra un bulto entre los matorrales de rosas que se deshacen al estremecerse. Lo sigo, me lleva con ellos, veo cómo entierra el bulto en el jardín. Camina y se esfuma, frente a mí sólo el recuerdo del jardín y de nuevo la negra espesura que me acorrala.

El tiempo ha caminado hacia atrás desde que llegué aquí. Todo va en reversa pero nada queda deshecho, el bulto enterrado sigue muerto, el cuerpo vivo. Sopla el viento desde la izquierda. Árboles y un bosque neblinoso y profundo se extiende allá. Camino lento, con pasos viscosos y empantanados a través de la foresta. Me detengo al ver cómo asesinan a una persona que luego fue bulto. Golpes y cortes lo fulminaron, la sangre envolvía la atmósfera. Gritos de dolor que fueron acallados, bocas que fueron enmudecidas. Nadie estuvo ahí, nunca. El tiempo sigue avanzando al contrario, se vuelve denso, se atora y termina estancado.

...

Aire, sigue soplando el aire... El bosque se desvanece, la negrura se aclara. Poco a poco distingo lo que mis ojos ennegrecidos no me mostraban, el gris suelo de la fábrica abandonada, las ventanas con vidrios rotos, las paredes desnudas y profundamente vandalizadas, el portón enorme y entreabierto, mis manos húmedas, mi boca pastosa y con un fuerte sabor de hierro me invade las entrañas mi propia saliva. Los colores se vuelven nítidos, afuera el cielo está encapotado y las hojas de los árboles relucen de un verde vibrante, lavadas por las continuas lluvias. Hay muchas manchas oscuras y moscas que zumban detrás de mí además de los insectos que se arrastran por el suelo atraídos por la peste que sigue detrás de mí, inerte. No sé cómo llegué aquí.

Me vuelvo despacio, girando por la derecha hasta quedar frente a ese cuerpo, desollado, con las entrañas arrancadas en vivo, todavía con la cara en un rictus de profundo dolor... ¿Qué secretos escondías dentro que tuve que arrancarlos de tu barriga? No sé cómo llegamos a esto. Espero no volver a despertar los horrores de los casi olvidados demonios que no me dan descanso. Me niego a compartir mi destino con el cadáver que veo.

Con infantil inocencia, me acerco, lo examino, descubro con algo de sorpresa que conozco a esta persona. Giré su cuerpo para dejarlo en una posición ligeramente distinta, sobre el costado izquierdo y lo acomodé como si durmiera, en posición fetal. Acomodé dentro de su ahuecado torso sus vísceras ya pútridas y coaguladas. Volví a envolver el desnudo cráneo con la piel. Cerré los ojos con mis manos y sellé el cadáver con un beso, quizás con eso mi crimen sea perdonado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario