Con los lentos acordes de judaicas canciones
recuerdo los viejos días en que paseaba
por las tardes húmedas y grises, con sombrero
y bastón y del otro lado, tú de mi brazo.
Aquellas calles antiquísimas con candeleros,
a cada esquina con carros, gendarmes o pordioseros,
de la Brillante Alemania, patria próspera
donde el ingenio y el esfuerzo tuvieron su cuna,
nos contemplaban brillantes y húmedas
al andar felices, hablando tonterías
y comiendo, como siempre, strudel
antes de ir a tomar té a mi apartamento.
¡Oh Wilhemina! Tan dulce me sabían tus besos
que tantas veces juré hacerte un altar
y en él adorar eternamente a tu ser.
Ahora, en otra vida, otro tiempo, otro lugar
con diferente lengua y piel marrón
te recuerdo y confieso que no te busco, mi amor.
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