Hubo un tiempo en que en el Universo no había soles ni galaxias, era un enorme vacío enmedio de otros vacíos que se unían y uno engullía al otro y entonces dejaba de estar vacío... Cuando se comieron unos a otros y no fue posible seguir, se convirtieron en extraños seres, evolucionaron y con ellos su conocimiento que tenían del mundo.
Todo era oscuro pero ellos sabían ver en esa tosca negrura. Uno de ellos creó los colores y de pronto su cuerpo amorfo se iluminó con destellos que parecían hologramas, escogió el color que más le gustaba y regaló los otros a quien se atreviera a tomarlos. Elevó su brillo dorado y entonces se hizo una esfera gigante, flotando y alumbrando al espacio que los engullía por vez primera.
Cada uno de los que tomaron un color se repartió por aquí y por allá y se fueron creando el agua, la tierra, el aire, el fuego, el éter. Habiendo Luz y Elementales, alguien cantó y otros sonidos y voces le siguieron y de ese canto surgió una bola de terciopelo enorme, como un huevo de avestruz, que al abrirse mostró en su interior a un ser único, especial, sin división ni mancha. Siguieron cantando y naciendo estos bellos seres, capaces de crear como sus creadores y pronto los sobrepasaron en habilidad.
Algunos de los que cantaron, se refugiaron de vuelta en la oscuridad que les era natural. Se contagiaron de algunos colores y mostraban intrincados tatuajes de viva belleza. Otros más, dieron toda su energía para crear y sostener la vida nueva. Otros más durmieron y olvidaron lo que eran, volviéndose polvo que flota entre las estrellas.
Lo demás, ya es historia conocida. La vida se crea y recrea a sí misma luego de ser creada por vez primera y cada vez cambia, aunque sea la misma vida...
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Mi abuelo me contaba una y otra vez esta historia y cada vez sus ojos brillaban y su corazón se animaba, endulzando su voz de trueno hasta parecer un arrullo de terciopelo y satín. Yo soñaba, abiertos los ojos, en esos tiempos lejanos, dentro de mí, surgía la luz de un débil recuerdo que palpitaba en mi corazón.
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