jueves, 26 de junio de 2014

Colisión III

Mis sueños se volvieron una masa densa y negra. Como aceite requemado o una melaza reposada durante mil años. Mis días no se iluminaron más bajo aquellas pesadas capas de grises nubes que lloraban durante todo el día a intervalos irregulares.
Por la noche, zumbidos agudos invaden mis oídos, algo vuela en la oscuridad como los mosquitos en las noches de primavera. Sólo es sonido.


Silenciosamente me levanto, algo me dice que son cerca de las dos de la madrugada. La calle se escucha tranquila, dormida; las casas con las ventanas apagadas son como cráneos que me ven desde todos los puntos. Tomo mi ropa, ella se mueve instintivamente, sabe que me he levantado de la cama y su sueño se inquieta. Tal vez esta ocasión tiene razón en sentirse inquieta.

Cuando paso en silencio mucho tiempo, las cosas sólo se ponen peores al final. Es mala señal cuando no hablo ¿Cómo podría explicarte esto? Con el silencio puede nacer la sombra, me dijeron al sembrar en mis entrañas la semilla de aquél ser que me domina a veces.

Vestido, salgo despacio de la recámara, de la casa. Camino con rumbo determinado, directo al mismo lugar que he frecuentado durante dos semanas seguidas. Cuarenta minutos después estoy en la misma fábrica abandonada con su puerta disimuladamente cerrada y su interior, frío y oscuro, ya no guarda guarda la vieja pestilencia de moscas y gusanos necrófagos.

Cerca de aquí duermen, cada uno en su respectiva cama, dos hermanos. Ambas veinteañeros que se llevan quizás tres años de diferencia. Los conocí hace cinco, creo, en la universidad. Nunca me hicieron mal alguno pero esa noche era su sangre la que reclamaba la cueva de acero y concreto con su ronca voz que retumbaba en todos los rincones y se reflejaba en el techo de lámina del inmueble.

Camino hasta su casa, la puerta de la cochera, simple enrejado, está abierta como siempre. La calle desierta guardó mis pasos y mi presencia con su carencia de alumbrado público. "Debajo de la maceta con el malvón está la llave de emergencia" me digo y me compruebo certero. Entro y cierro discretamente, odio cuando otros ven lo que hago.

No es complicado ubicar las recámaras en estas casas, a pesar de nunca haber pasado a la segunda planta. Mi peso en la escalera resuena amedrentándome con delatar mi presencia. Le muestro que no me importa cuánto rechine, estoy decidido a seguir hasta las últimas consecuencias. Mi mente racional no se explica qué hago ahí y cómo sacaré a dos jóvenes adultos, contra su voluntad, para llevarles a la nave abandonada sin que nadie lo note. Dos puertas a mi lado izquierdo, más al fondo el baño; nada alumbra el interior de la casa, la ventana que da hacia la calle está apagada como el cielo nocturno. Se puede saber que siguen durmiendo y revolviéndose en el lecho, mi respiración apenas se percibe, estoy parado ahí frente a sus puertas, totalmente inmóvil, con los ojos abiertos, los músculos tensos y listos para saltar sobre cualquiera que pase frente a mí y someterle... Nadie sale por esas puertas. Cierro los ojos, aprieto las manos hasta que mis brazos tiemblan y al abrir los ojos, la tensión desaparece. Me acerco a la primera puerta, la más cercana a mí y giro lentamente la perilla.

La cama está del lado derecho y sobre ella descansa el mayor. Él tiene el sueño muy ligero. Entro con mucha cautela y me acerco a su lecho. Para mi suerte, dejó su ropa a un lado de la cama, callarle la boca no será problema. El problema es apretar el tiempo suficiente su cuello para producirle un desmayo pero no matarlo. Abro bien los ojos mientras crespo mis manos alrededor de su cuello. Su piel es tremendamente suave y perfumada, tan cálida, tan virginal. Sus expresivos ojos me miran el inexpresivo rostro mientras me preguntan con miedo y asombro el "por qué" obligado, no sé qué responder y sigo apretando mientras siento que es mi propio cuello el que asfixio; me duele ver su rostro crispado de mortecina sorpresa que, de pronto, se comienza a relajar. Pongo atención y suelto mis manos en el momento justo, con una mordaza de calcetines amarrada con una playera prevengo sus gritos, con el cinturón inmovilizo sus manos detrás de la espalda.

Salgo tranquilamente con él al hombro, aunque pesa más de lo que pensé, no me demora más de 10 minutos en llevarle. Se despertó a la mitad del camino pero tanto es su miedo que no ha movido ni un músculo aunque todo su cuerpo se siente tenso en extremo. Ya dentro del refugio, lo bajo cuidadosamente y me topo con sus ojos que me parecen bellos, nuevamente suplicantes de una respuesta. Ahora, a la calma y la luz de las pocas velas que había encendido, pudo reconocer mi rostro. Veo que comienza a llorar mientras voy amarrando sus pies para que no pueda escapar y pego cinta canela alrededor de su boca, sin quitar la mordaza de tela.

De regreso en la casa, en la recámara de la hermana menor, examino su cuello antes de comenzar, ella tiene el sueño más pesado y duerme ruidosamente pero sus piernas son muy inquietas. Con sumo cuidado las ato con el pedazo de cuerda que procuré traer conmigo. Mis manos suben a su cuello, rozando sin querer sus pezones erectos, suspira y se remueve sin despertarse. Tomo su cuello y lo aprieto con fuerza, ella abre sus ojos e intenta gritar provocando que yo use toda mi fuerza. Su piel morena se tornó pálida y su cuerpo cayó sobre la cama. Tomo un minuto para calmarme y reviso si sigue viva. No respira. No hay pulso. Tengo dos minutos para reanimarla sin mayor daño. La tiendo sobre el suelo y en cuanto pongo mis manos sobre su pecho, abre los ojos y jala un golpe de aire. Con mi mano izquierda le tapo la boca impidiendo que la abra y con la derecha vuelvo a estrangularla, esta vez con más cuidado. En su desesperación logra darme un par de puñetazos que resuenan como campanadas en mi cabeza pero no duelen, desde hace mucho nada duele. Cayeron sus brazos sobre la alfombra, la levanto y acomodo sobre mi hombro. Me marcho cerrando la puerta.

Ahora ambos hermanos están reunidos, la menor sigue desmayada pero viva, el mayor tiene una mirada de profunda rabia. Me doy cuenta que ha intentado desamarrarse sin mucho éxito pero con mucho dolor. Sus muñecas lucen rojas y sus tobillos tienen heridas abiertas. Con voz monótona le digo que no tengo ninguna respuesta que darle, que no hay ningún por qué.

Saco mi navaja de mano de cachas negras con madera roja, voy a la mesa y la acomodo junto al juego de cuchillos que tengo listo. Elijo comenzar con una hoja de 25 centímetros, de filo recto y pesado, para despertar a la que aún duerme. Las campanas comienzan a sonar lentas y pesadas, una tras otra, conforme me acerco al cuerpo tendido al fondo de la nave industrial. Un grito ahogado tensa el ambiente y sollozos después. Una sangrante oreja que cuelgo con un hilo junto a las otras.

Una sombra sale desde el rincón oscuro donde las velas no alumbran, se acerca a la herida y se aleja. Vuelvo mi atención al varón y me acerco mientras él se retuerce e intenta alejarse inútilmente, está amarrado al poste; remueve su cabeza y lo tomo por los cabellos abundantes y tiro de ellos, acerco el cuchillo y con su movimiento lo rechaza. Voy a la mesa y tomo la navaja de mano, mi bien amada y favorita, para hacer mejor el trabajo. Jalo hacia arriba su cabellera y comienzo a cortar con el filo de la punta su cuero cabelludo. Detengo su cabeza con mis rodillas para lograr cortar la parte superior de su piel. Un sangrante trofeo que coso descuidadamente en un aro de madera preparado para tal tarea.

Jalo y reúno a los hermanos, no soporto ver la sangre separada. Corto las prendas que los cubren y contemplo sus cuerpos desnudos, tan delineados, tan bellos, tan exuberantes de vida. Dos sombras se acercan a admirar, apagan las velas y todo se mancha de oscuridad. Dime qué secretos guardas en tu pecho. Soy bueno guardando secretos, todo se me olvida. Ambos tienen la mirada muerta de espanto. No sé si sea por mí o por alguno de los seres que flotan detrás y alrededor. Anda, mujer, dime qué secretos guardas dentro de ti. Ella sólo observa como recorro su cuerpo con un cuchillo delgado y largo. Acaricio el cuerpo del joven, que también guarda secretos dentro de sí. Una sombra, Mi Sombra me dice que busque esos secretos, donde sea que los tengan guardados. Dice que podría empezar por buscar en el vientre de él, pues tiene más secretos que ella. Su voz suena como siempre, lacónica y ultramarina.

Mis ojos se oscurecen y el filo del cuchillo se estremece al contacto con la tibia sangre del joven. Las campanadas sonaron con mayor fuerza y su repique era de un gusto fúnebre que celebra. Al cabo todo es un sueño dentro de un sueño... Abro sus entrañas y con mis manos saco uno a uno sus órganos; no encuentro secretos en el intestino ni en su estómago ni en los riñones. Abro su pecho y extraigo los pulmones, corazón, tampoco ahí tiene secretos. Frustrado voy por el mazo y de un golpe seco abro su cráneo y no hay más que sesos y sangre. Su cuerpo se quedó inerte al sacarle el primer pulmón, ahora con la cabeza estrellada movió los miembros en espasmos mecánicos. Ni siquiera en los ojos logro ver el brillo de un secreto guardado, están opacos.

Mis ojos siguen ciegos, negramente ciegos. Voy a buscar los secretos de ella, debe tener los secretos de ambos y ambos pretendieron engañarme. De tajo abro su cuerpo desde el vientre hasta el pecho. Rajo su matriz para buscar el secreto de la vida, destrozo sus intestinos, arranco y desmenuzo sus entrañas y ella se convulsiona de dolor. Arranco su corazón y lo exprimo, sus pulmones también. Vacío. Vacío. Vacío. Saco con mis dedos los ojos muertos y no hablan secretos de ultratumba. Todo está vacío. Las campanas han dejado de sonar...

De las sombras brota una risa burlona y tétrica, como si un caldero lleno de espesa sangre humana se riera y soltara borbotones de manchas rojas. No había secreto alguno y la sombra lo supo siempre. Su risa es insoportable, da nauseas y es pestilente. Mis ojos se aclaran y veo con horror el nuevo espectáculo del homicidio cometido. Mis manos húmedas y bermejas me delatan. No puedo actuar con la misma frialdad de nuevo, la perdí junto con todo lo demás. Esa risa no se detiene, me acusa, se burla y se extiende.

Aún puede haber secretos, no has terminado de buscar... Temblando, voy hacia la mesa, tomo un cuchillo de hoja terminada en punta, su filo refleja la oscuridad que me rodea. Su navaja no brilla. Busco los secretos que están guardados dentro de un cuerpo que aún vive...

Nunca hubo secretos. Sólo una profunda lujuria por la sangre aterciopelada y tibia brotando de las entrañas. Nunca existió sombra alguna ni oscuridad. Sólo el deseo desmedido, el impulso desbocado. Nunca estuve ciego, sólo me negaba a afrontar la realidad.

Las campanas hace mucho, mucho tiempo habían dejado de sonar...

2 comentarios:

  1. Y esta tercera parte, bastante descriptiva y elgante. Sabes que me gustan esos relatos con sangre y demás.

    Excelente, de verdad que sí.

    ¡Besos!

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    Respuestas
    1. Gracias mi amor, deseo que haya sido suficientemente sangriento. Ha sido difícil reactivar la sesera ¡Pero lo estoy haciendo!

      ¡Besos de vuelta!

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